La tentación rosa

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Deliciosa excepción en el Olimpo de los espumosos, los champagnes rosados se revelan a la supremacía del blanco para admitir la naturaleza cromática de las pinots y su irresistible expresión de fruta roja.

Los prejuicios que suelen cebarse con todos aquellos vinos que lucen el color rosa –como arquetipo de bebedizo inocuo y fugaz, sólo apto para pseudoabstemios en día de picnic– resultan especialmente infundados cuando se meten la narices en el universo de Champagne. Sobre todo, si el tono rosado se presenta en la élite de las burbujas: las cuvées más excelsas de las grandes maisons, los singulares rosés de los vignerons de culto y demás maravillas rosas que se dan en esta sacrosanta región.

Porque es en el ámbito de los espumosos estratosféricos donde salta la evidencia: si el milagro de Champagne se sustenta –entre otras cosas– en el arte de concebir grandes vinos blancos a partir de uvas tintas, los champagnes rosados son una fascinante excepción.     

Alcanza con comparar los precios que lucen en el mercado las cuvées de prestige de las grandes casas, en su versión blanca y rosada, para concluir en que los grandes champagnes rosés tienen un valor añadido: son más raros y singulares, su producción es escasa y, a menudo, también más compleja, ya que exige sumar un proceso a la metodología tradicional, bien macerando los hollejos de las uvas en el mosto o añadiendo vino tinto al assemblage para obtener el mágico resultado.

Como no podría ser de otra forma, detrás de los mejores rosés está la mano del hombre, que obra la virtuosa alquimia para que los vinos macerados se integren con los blancos en el armónico concierto de sensaciones que supone un buen champagne. Aunque aquí también la materia prima resulta crucial, porque sólo las pinot noir y meunier procedentes de viñedos más excepcionales señalan el camino que conduce a los grandes rosados.

Más allá de estas pautas generales, los chefs de cave de las grandes maisons, así como los pequeños productores más diestros, manejan su propia fórmula para elucubrar aquellos rosados que sintonizan con el estilo y los postulados cualitativos de cada casa.

Rosés de referencia

Por su relevancia histórica, regularidad y capacidad de seducción, hay algunos champagnes rosados que resultan ejemplares: funcionan como estandarte de personalidad, calidad y estilo para sus mentores, así como un valor seguro para los amantes de las burbujas rosas.

Es el caso del Brut Rosé de Billecart-Salmón, quizás la referencia más universal de la casa fundada en 1818 por Nicolas François Billecart y Elisabeth Salmon, un champagne sin añada que incorpora un porcentaje de pinot noir vinificada en tinto para definir su característica expresión, rica en acentos florales y de fruta roja. Similar fama ostenta la Cuvée Rosé Brut de Laurent-Perrier, que tiene la particularidad de estar elaborada con el método de sangrado, con una corta maceración de los mostos de pinot noir con los hollejos para potenciar su carácter fresco y expresivo.

El factor añada

Un paso más allá se sitúan aquellos rosados que además de resumir el estilo de la maison también expresan las características particulares de cada añada. Sometidos a los imprevisibles condicionantes climáticos, los champagnes rosados millésimes sólo se producen cuando la añada lo permite.

En esta categoría, destacan el Drappier Grande Sendrée 2006 –que debe su nombre a una parcela de viñedo cubierta de ceniza ("cendre") tras el incendio que asoló Urville en 1838–, marcado por el carácter y persistencia de la pinot noir (55%) y la distinción y delicadeza de la chardonnay (45%), en una añada especialmente elegante. También el Dom Ruinart Rosé 2002, una deliciosa excepción en una casa especialista en chardonnay: delicado, especiado, muy fino, incluye un 20% de pinot noir vinificada en tinto. E incluso la casa Moët & Chandon, la cuna más renombrada de espumosos en este planeta, tiene en su gama un excelente rosado: Gran Vintage Rosé 2008

Cuvées legendarias

A la misma propiedad que Moët –el grupo LVMH– pertenecen tres rosés que tienen el mérito de pertenecer al exclusivo club de las cuvées más legendarias: el suntuoso Dom Pérignon –que ha firmado algunos de los champagnes rosados más monumentales de todos los tiempos y presenta este año una edición especial de su Vintage 2004, vestida por el artista Michael Riedel–, el inhallable Krug Rosé –sin añada, nace de un prodigioso assemblage, en el que no falta un secreto porcentaje de pinot noir macerado con sus pieles y fermentado en barrica–  y el lujosísimo Veuve Cliquot Brut Rosé Cave Privée, cuyas viejas añadas cotizan en el mercado a precios de escándalo (la más reciente es 1990).  

Aún más suntuoso –en precio y expresión– es el exclusivísimo Cristal Rosé 2007, top de gama de la casa Louis Roederer y que se comercializa en España por un precio que casi triplica al de su "hermano" blanco, en la misma añada (525 euros la botella de 75 cl).

Secretas maravillas

Otra alternativa son las ediciones especiales que presentan de vez en cuanto algunas marcas de renombre. Una de las más recientes es el Belle Époque Rosé 2005 Edition Automne, con el que la maison Perrier-Jouët rinde homenaje a "la belleza de los tonos cromáticos, aromas y sabores más efímeros del otoño", según afirma Hervé Deschamps, chef de cave de la casa.

Más allá de todas estas célebres cuvées, recomendamos al lector otras pergeñadas por productores más minoritarios pero que son capaces de ofrecer un placer igualmente majestuoso. Uno de ellos es Jacquesson, que cuando las condiciones de la añada lo permiten se saca de la manga un rosé monumental, Dizy-Terre Rouge Extra-Brut 2008 producido  con la fruta recogida en una única parcela, con un 79% de pinot meunier.  

También merece la pena probar el Rosé de Montgueux Extra Brut de Jacques Lassaigne, emocionante expresión de un terruño considerado "el Montrachet de Champagne", así como el exótico Sève Rosé de Saignée 2009 de los hermanos Serge et Olivier Horiot, quizás el más "tinto" de todos los champagnes rosados, de intenso color y perfil casi borgoñón, con permiso de otro rosé oscuro, tánico y voluptuoso: el Rosé Sauvage de Piper-Heidsieck.

 

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