La Rioja Alta: cuatro robles y un río.

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En el año 1892, exactamente dos años después de la fundación de la bodega Rioja Alta, el símbolo de cuatro robles alrededor del Rio Oja se convirtió en el emblema de esta gran bodega riojana que cumple este año sus 125 años de vida. Los herederos de las cinco familias que la fundaron, han sabido convertir esta firma en una de las bodegas más importantes del país, y a ese sencillo diseño decimonónico, en un verdadero icono del clasicismo y la elegancia del gran vino riojano.

No he podido averiguar  a ciencia cierta el nombre de aquel creativo del siglo XIX –de lo que sí estoy segura es que entonces no se les llamaba así- que concibió la idea de abanderar los vinos de aquella casi recién nacida bodega de Haro, bajo el símbolo de cuatro robles alrededor de un río. Puede que el paciente lector no haya reparado nunca en esa iconografía presente en todas las etiquetas de esta emblemática bodega. Resume la fuerza de los robles y el discurrir constante de las aguas fluviales.

El nombre del río figura en la iconografía, y es bonito que se eligiera a este humilde caudal puesto que es el que bautizó para la eternidad a esta zona vinícola española, a pesar de ser mucho menos importante que el orgulloso Ebro, que tanto marca la zona. Tanto da uno u otro, ambos fluyen por Haro, ciudad donde nació también para la posteridad y hace 125 años, la Rioja Alta.

]IMG2L]Corría el año 1890 y esta ciudad riojana presumía de ser, con Jerez de la Frontera, las dos únicas en las que se había instalado alumbrado público eléctrico. “Ya se ven las luces, ya estamos en Haro…”  Ni Madrid, ni Barcelona, ni incluso Bilbao, podían presumir de tal lujo en sus vías públicas. Era un laborioso y primitivo sistema del que encontramos una curiosa muestra en una zona museo de la bodega. Todo un hito en la historia del año 1890 que quiso el azar que coincidiera con el año en que esta firma, a su vez, vió la luz. Con otro nombre eso sí. Se constituyó en la notaría de Don Vicente García concretamente el 10 de julio y con bajo la denominación de Sociedad Vinícola de la Rioja Alta.

En aquellos años, el vino de La Rioja y el mineral de hierro de Vizcaya eran los pilares de gran parte de la economía del país. La terrible plaga de la filoxera aún no había atacado a los viñedos riojanos. Detalle que enriqueció a los viticultores de la zona puesto que fueron muchos los bodegueros franceses que se acercaban hasta la Rioja para abastecerse de uvas, y algunos de ellos se instalaron en estas tierras creando sus propias bodegas.

Años antes ya se hablaba de la similitud de calidad que existía entre los vinos de la Rioja y los de Burdeos, que gozaban de mucha mayor fama. El gran historiador Manuel Llano Gorostiza nos habla en sus magníficos textos de una revista inglesa  The Wine Trade Review en la que se podía leer acerca de… “Las fuertes compras de vino que los franceses hacían en la provincia de Logroño en 1883 y del descaro con que tales caldos multiplicaban su precio al pasar por la plaza de Burdeos y disfrutar de un aristocrático bautismo galo”.

LA SEÑORA PRESIDENTA

Tales circunstancias tan favorables para los vinos riojanos no pasaron desapercibidos a los cinco socios que decidieron unirse para crear esta sociedad ante el notario de Haro aquel día del mes de julio de 1890. Sus nombres eran: Saturnina Cid y Gárate, -sí, una señora-, Felipe Puig de la Bellacasa, Alfredo Ardanza, Dionisio del Prado y Mariano Lacort. Curiosamente y haciendo gala de una aplastante modernidad, nombraron a la señora Cid presidenta de la recién constituida Sociedad Vinícola de la Rioja Alta. El capital que registraron en la constitución de la misma fue de 112.500 pesetas y sólo desembolsaron un 20% del mismo. Como gerente fue elegido Mariano Lacort que ocupó ese cargo hasta 1922.

Uno de los cinco socios, Alfredo Ardanza, ya tenía una bodega de su mismo nombre, y otro, Felipe Puig de la Bellacasa disponía de interesantes terrenos e instalaciones que fueron alquiladas por la nueva sociedad. Estaban situados en un barrio de Haro, al otro lado del río. En aquellos años este barrio comenzaba a tener una frenética actividad por encontrarse justo al lado de la estación de ferrocarril de donde salían  las uvas para Francia, entre otras cosas. Se trata del muy conocido Barrio de la Estación donde hay más bodegas por metro cuadrado que en ningún otro lugar del mundo.

Sólo había transcurrido un año y cambió su nombre por el que actualmente tiene La Rioja Alta, que aunque es una de las tres zonas de la Rioja, también es una razón social en este caso. Desde el primer día de su fundación, contó con la dirección técnica de un enólogo francés, Monsieur Albert Vignier, como tenía que ser dadas las circunstancias, que desarrolló una gran labor en la firma siendo persona de enorme relevancia. El primer vino que salió de esa recién nacida bodega se bautizó como Reserva 1890 y con los años, se convirtió en el magnífico Gran Reserva 890. Hubo que quitar el año porque cuando no era obligatorio poner la añada en la etiqueta, se creaba bastante confusión pues se podía pensar que el vino que contenía la botella era…¡¡¡ de 1890!!!

Catorce años después, el socio propietario de la Bodega Ardanza decide fusionar su bodega con la Rioja Alta, contribuyendo al engrandecimiento de la sociedad. Y en conmemoración de esa fecha, nace otro de sus grandes vinos, que entonces se llamó Reserva 1904 que por las razones expuestas anteriormente, tuvo que perder la primera cifra y convertirse en Gran Reserva 904. Otro de los iconos de la Rioja Alta.

Julio Saenz, actual enólogo de La Rioja Alta DEL BOCOY A LA BOTELLA

Los vinos de La Rioja Alta ganaban medallas en las Exposiciones  Universales tan frecuentes en aquellos años de comienzos del siglo XX y se exportaban a diferentes países europeos y de América del Sur, especialmente Cuba y Venezuela, en barricas de madera. Para el mercado nacional el vino se transportaba en tren y en bocoyes que, al llegar a su destino, empleados de la bodega embotellaban y etiquetaban ellos mismos. Por lo que constantemente estaban desplazándose por todo el país. Hasta que entrado los años 30, los vinos se empiezan a vender embotellados en la propia bodega y envueltos en fundas de paja.  Al poco tiempo se registra oficialmente un nuevo vino de la casa, el famoso Viña Ardanza, en honor al socio del mismo nombre. La compañía sigue creciendo y posteriormente salen al marcado las dos nuevas marcas que completan la gran y espléndida familia de la Rioja Alta, Viña Alberdi y Viña Arana.

Hoy todas ellas, cada una con su peculiar matiz pero siempre haciendo gala de un estilo clásico riojano que los distingue nada más olerlos, siguen siendo admiradas, buscadas pero imposibles de imitar. Es la gran personalidad Rioja Alta. ¡¡¡Inconfundibles!!!

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